lunes, 21 de marzo de 2011

Armando sabe todo

Vivió acá mucho tiempo. Alquilaba un departamento en este edificio. Un día el dueño no lo quiso más de inquilino y tuvo que irse a otro lado.

Pero no crean que fue muy lejos. Alquiló otro departamento a cuatro cuadras de acá, se jubiló y empezó a ser casi más habitué de estas esquinas que las mismísimas baldosas.

Al principio paraba en el Café de París, pero hace unos años parecería que es fan de La Bola de Oro y no existe en el año la tarde en que no lo vea sentado ahí en plena charla de amigotes del barrio, o sólo, dispuesto a contar de lo que sabe lo que más le interese a su interlocutor.

En las mañanas puede también encontrárselo en la costa del río, con una reposera sobre el césped, tomando sol. Tiene alrededor de 60 años, el pelo totalmente blanco peinado para atrás y un andar de quien se sabe atractivo. Claro, después de tanto sol, con el pelo tan blanco parece Guillermo Copola después de la "planchita", porque rulos no tiene.

Sabe quien es dueño de qué, quien sale con quien, qué problema tiene aquel y mucho más. Si piensa comprar una propiedad en el barrio, no dude en consultarlo. Eso si, sobre decoración mejor no le pregunte.

Hace poco comentaba con una vecina que al frente de este edificio le sentaría bien pintarlo a la usanza de "Ocean Drive" en Miami. Según él eso se expresaría con una ola color celeste pastel, al lado de otra ola  verde pastel, al lado de otra ola rosa pastel.

¿Será sólo mal gusto o también fuertes intereses en el negocio de venta de pintura?

Para conocer a otros que nunca se han ido del barrio, hagan click acá.

martes, 15 de marzo de 2011

El amor es así

Acá los tienen. Caminando del brazo
en las calles arboladas.
En el pasillo del primer piso. En el ascensor. En el hall de entrada. En la calle. En la estación. En el tren. En el minimercado chino. En la verdulería. En la panadería. En el almacén. En el Café de París.

Siempre juntos.

Él le dice: -Estás hermosa -o- ¡Qué elegante!

Pero además le susurra líneas. Por ejemplo para el verdulero:
-Tres kilos de naranjas para jugo.
Y entonces ella:
-Tres kilos de naranjas para jugo.


Y susurra los nombres de la gente que pasa:
-Ahí pasa Adela
Y después ella:
-¡Chau Adela querida!

Y así.

Siempre juntos. Mamá C y su hijo Roberto.

lunes, 28 de febrero de 2011

Oficial Golosito

Un policía pelado y gordo cruza la plaza desde la estación hacia el kiosco.

El uniforme está impecable. Oscuro. Estirado. Seguramente, si no se lo puso planchado, se planchó al ponérselo. No le sobra un centímetro.

Llega al kiosco, apoya una mano en el canto de la pared, un pié en el escalón y revisa la oferta. Gira la cabeza. Tiene rollos en el cuello. O más bien, cabeza y cuello son una misma cosa, no se sabría donde termina uno y empieza lo otro si no fuera por una angosta banda de pelo rapado que le recorre la nuca de oreja a oreja.

Tiene un arma colgando de la cadera. Cae sobre su muslo suculento. No flojo, ni interesante a la mirada femenina, pero poderoso. Tiene un escudo en su brazo. Un escudo importante. El calor le acortó las mangas a la camisa y después del escudo, sigue un brazo abundante, no fofo, abundante: Músculos, venas, piel que habla de haber estado mucho a la intemperie aunque su tendencia sea más bien rubicunda. El brazo termina en una mano peluda y redondeada, pero no por lo redonda menos poderosa: Dedos anchos, uñas prolijas sin obsesión.

Mientras piensa mirando las golosinas, tiene actitud de acodado en una barra. No se sabe si va a pedir un whisky, un martini, un atado de cigarrillos, tabaco para pipa, cigarros cubanos o un sándwich completo de mortadela.

En eso, sin cambiar la posición, mira directo a los ojos del  kiosquero y sale de su boca un hilo agudo de voz:
-¿Tenés un alfajor Chocoarroz?

jueves, 24 de febrero de 2011

Nacho el cerrajero


Llega Nacho, el cerrajero. Tendrá cuarenta años calculo. Más bien alto. Ni gordo, ni flaco. Pelo corto. Facciones afables. Morocho. Cara limpia de pelos. Usa jeans, remera y zapatillas. No parece cerrajero. Mucha confianza en todos sus gestos para ser cerrajero. No habla de más, pero no es introvertido.

Abi le abre la puerta y él cuando entra disimula con algo de éxito una expresión de extrañeza. Abi le muestra la puerta de la habitación de Otto: cierra mal. Él la revisa. La prueba. Pero en un momento saca la mirada de la puerta y de la cerradura. Mira la habitación.

Y no puede evitarlo.

Lo dice:
-Yo dormía en esta habitación cuando era chico. Tendría siete años. Mis padres dormían en aquella -señala el dormitorio principal- y yo en esta -mira de vuelta todo.
-Sí, esta era mi piecita -dice mientras sonríe (sin excesiva nostalgia) y se pierde quién sabe en qué recuerdos aparentemente felices.

Después de ver el resto de las puertas a arreglar, ya al final del recorrido le llega el turno a la puerta del lavadero y Nacho pregunta sobre el vidrio en el techo:
-Eso no estaba antes ¿No? Porque me acuerdo que yo trepaba por esta pared que da al aireyluz y de un salto me pasaba al patio del departamento de al lado. Ahí vivía un chico algo más grande que yo.

Tras conversar un rato sobre el edificio, los vecinos, el barrio y la historia, se fue el cerrajero no sin decirle a Abi que él no podía solucionar los problemas de nuestras puertas.

Nacho tiene un local a una cuadra de acá. Otro que no se fue del barrio.

Para saber qué otros no se fueron del barrio, hagan click acá.

martes, 22 de febrero de 2011

Me lo imaginaba

En cuanto vi el cartel de venta de su departamento dudé. ¿Realmente Gustavo se iría?
Es difícil culparlo. No sólo es petiso.
Además, no es muy buen mozo
que digamos.

Lo dudé con nostalgia: ¿No más tretas de gnomo resentido? ¿No más narices fruncidas acompañando amenazas de demandas en las reuniones de consorcio? ¿No más hechos inexplicables, rarezas sólo posibles de ser reales a manos de un gnomo oscuro, débil y poco ordenado?

Sin embargo, el aviso era de una inmobiliaria seria y no sólo aparecía colgado del balcón de su departamento, también aparecía en Internet. Además, también vi entrar y salir a los agentes inmobiliarios con todo tipo de candidatos. De manera que parecía cierto, parecía que no había truco: Se vendía el departamento de Gustavo.

Incluso en unos pocos meses al cartelón blanco de venta, se le agregó el chiquito amarillo: "vendido" (vino a ponerlo un hombre con su hijo de 6 años aproximadamente en un Falcon rural viejo viejo, lleno de carteles similares en el baúl). Se vendió entonces. Pensé: No más Gustavo. 

Pero no.

No señoras.

No señores.

Gustavo se mudó acá a dos cuadras. A una casa que le vendió un ruso de barba que veo a veces en el Café de París

Es muy difícil irse de este barrio. Ya van a leer.

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