Volvió. Vestido de blanco haciendo contraste con su tez mestiza y caminando como si fuera el dueño del barrio.
El extranjero dice que pinta, pero lo cierto es que entra en las casas y se queda a vivir ahí un tiempo con la excusa de la pintura. O al menos eso hizo hasta hace unos meses.
Su mujer, una vecina de la vuelta, lo había echado de su casa. Por eso vivía en donde podía decir que pintaba y aunque pudiera terminar un trabajo rápidamente, lo estiraba hasta que supiera que tenía otra casa para pintar, otra casa para vivir. Además, guardaba su ropa en diferentes reductos ocultos del barrio (sótanos, terracitas desconocidas, departamentos abandonados en condiciones inhabitables).
Vivió casi dos años inventando problemas de secado de diferentes productos, pérdidas de agua en paredes y otros eventos que alargaban su estadía en cada casa.
Hasta que la combinación de mentiras fue tal que ya no supo qué era verdad y qué no y empezó a confundirse: Pintó frentes bordó que debieron ser beige; marcos amarillos que debieron ser verdes; puertas azules que debieron estar barnizadas. La estética de los frentes del barrio corrió serios riesgos.
Ahí mismo se corrió la voz y tuvo que irse sin terminar muchos trabajos, porque la exasperación de los dueños de las casas era tan seria que con tal de no verlo nunca más, preferían no exigirle el trabajo correctamente terminado. En esa época se veían muchos dueños de sus casas colgados de andamios barnizando lucarnas de madera o pintando pérgolas en terrazas, un peligro.
Ahora pasea por Azcuénaga, saluda a los verduleros, los felicita por el triunfo de Argentina en el partido de fútbol. Sigue caminando y se queda charlando sobre fútbol con el de la mercería y el de la librería, como si fuera un vecino más que se fue y volvió para compartir con sus amigotes este gran momento del mundial.
Si su mujer no lo perdonó, ya lo tendremos devuelta diciendo que pinta.
0 comentarios:
Publicar un comentario